Yacían acurrucados juntos, sus diminutos cuerpos temblando, con los ojos llenos de tristeza. El frío los rodeaba, y sin calor ni alimento, se debilitaban cada hora.
Quienes deberían haberlos protegido se habían alejado, dejándolos a su suerte. Pero incluso en su frágil estado, siguieron adelante, con la esperanza de que alguien se preocupara por ellos.
Al principio, los cachorros dudaban, preguntándose si podían confiar en la bondad que finalmente recibían. Pero cuando unas manos suaves los acercaron, una pequeña chispa de esperanza regresó.
Los cachorros, que una vez temblaban, comenzaron a mover sus colas; sus pequeños cuerpos se fortalecían cada día que pasaba.
Pronto estuvieron listos para encontrar familias que los apreciarían por siempre.