La vimos por primera vez junto al camino, caminando desesperada, con los ojos llenos de tristeza. Buscaba algo que no podía aceptar que le hubieran arrebatado.
Sus cachorros se habían ido, se los habían quitado, y el peso de ese perro estaba grabado en cada movimiento que hacía. Era un dolor que ninguna madre debería tener que soportar.
Al verla, no pudimos darnos la vuelta. La buscamos junto a ella, con la esperanza de reunirla con sus cachorros. Pero por mucho que buscáramos, los cachorros no aparecían por ningún lado.
Su resiliencia fue notable, y cuando una familia amorosa escuchó su historia, supieron que ella estaba destinada a ser suya.
Al verla alejarse con su nueva familia, sentimos una dulce sensación de cierre. Había pasado tanto, pero la vida le había dado otra oportunidad de ser amada.
Ahora, ella es querida en un hogar que la adora, prueba de que incluso después de morir, todavía se puede encontrar la felicidad.