Cooper tenía apenas diez meses. Había cambiado sus orejas, como suele suceder con los perros destinados a trabajar como pastores o perros de guardia.
En algún momento, se enfermó, y su dueño decidió abandonarlo. Cooper encontró refugio en un refugio, durmiendo entre las llantas y enfermando cada día más.
El dueño del refugio llamó a una organización local de bienestar animal para ayudar con el rescate. Cooper estaba extremadamente débil y demacrado, envuelto en un velo de tristeza.
Estaba tan exhausto que los voluntarios pensaron que estaba paralizado, pero comenzó a comer y a ganar peso. Con el tiempo, gracias al cuidado adecuado y a mucho cariño, se transformó en un perro sano y hermoso.
Cooper permaneció bajo el cuidado de sus rescatadores durante meses, hasta que encontró su hogar definitivo en Inglaterra.